miércoles, septiembre 10

Balcón

No podés evitar el frío y por eso no lo evitás. Además, los espasmos son tan pero tan exageradamente satisfactorios como todo. Encima la brasa crepita, y rara vez la escuchás. Hoy es rara vez. Todas las veces son raras. Debajo la brasa también crepita. Vos te dedicás a escuchar las brasas de todos, todas las aguas, los maremotos y todos los vasos rotos. Escuchás las cinturas y los perfumes y los pelajes. Escuchás la sangre pasear y te hace cosquillas pero reirte no te parece apropiado. Escuchás la sangre volcarse. Tranquilo. Escuchás la sangre coagulada. Llorás. La inercia siempre te hace derramarte. Y escuchás (por sobre todas las cosas, y te regocijás, como con todas las cosas) el sonido que hace el viento cuando uno le anda temblando encima. Hay muy pocas cosas que aterroricen a la gente que anda en las alturas y nada es poca cosa pero para nosotros el miedo es una pelusa en el bolsillo del pantalón. A la pelusa la escuchás también, pero tratás de que no te ataque y que no te diga. Que no te avise. Intentás no enterarte de que está hecha de la piel que vos desechaste. Te enterás igual. Y entonces temblás y ya no es tanto el frío como darte cuenta de que en el pantalón tenés demasiados bolsillos. Te descubrí decís. Eso decís, te descubrí, vos volás porque usas polleras. Mentira, tengo los bolsillos escondidos entre las costillas. Volar no implica despelusarse. Yo no puedo evitar el llanto y por eso no te evito.