domingo, diciembre 6

En las células la nena aloja un rinoceronte que está enojado y quiere comer, herir y revolcarse en su mugre. Y también un elefante bebé, que se encarga de memorizar cada abrazo y cada arroz con leche y llorar sus muertes. El elefantito supura por un par de heridas que son internas, y que le llenan el cuerpo. Siempre a punto de explotar. El elefantito se encarga de amar. El rinoceronte se encarga de preguntar. Se pregunta por qué no alcanza con ser un rinoceronte y con cuidar de las cosas que duermen para que no se las coman. Se pregunta cómo hay que hacer para dejar de estar enojado, hambriento y sucio. Se pregunta dónde hay que ir para dejar de tener sensación de que todavía hay que llegar a casa. Y no duerme. Y no se queda quieto. Inquiere. El elefante bebé dice no tiene caso y cocina un montón de cosas ricas. Y duerme. Y espera. Y memoriza. Memoriza los besos en los cachetes y en la panza, y memoriza la forma de los animales que descubre y las palabras que aprende y memoriza los días en que la luna se ve más grande o más amarilla y memoriza los lunares de los nenes y las bocas de las nenas. Y ama y cuida y teje y desteje. La nena es un bolo alimenticio y se dedica a la ciclotimia y al tabaquismo. Le duelen las rodillas. Hay veces que teje. Hay veces que hiere. Y hay veces que se le revuelven tanto los animales que se queda quieta, esperando a que la jungla la parta al medio.

1 comentario:

Claroscuro dijo...

¿Te acordás cuando te dije que te amaba? Bueno, mentía. Te admiro. Pero de verdad, en el sentido en el que eso es mucho más que cualquier otra cosa. Te haría un altarsito con mi propia carne (y lo pintaría con mi sangre) para que puedas pararte encima asi puedo abrazarme a tus pies, subirme encima, hacer una casita en tu dedo gordo y quedarme a vivir.