domingo, mayo 24

De no entender mi sombra
dejaré de proyectarme
sobre los suelos y la
pared y
iniciaré una lucha encarnizada
contra la bidimensión
y todo lo que la misma implica.
De no entender mi sombra
mi única opción será
hacerme frágil
y pobre.
Unos se pinchan
con los bordes
afilados de lo
punzante porque
no ven ni jota y
otros se cortan
con los bordes
afilados de lo
cortante porque
ven con las manos.

Imperativo intersticial.

No vengas a mí con tu voz de platos rotos. No. No me preguntes si quiero té con tres de azúcar o qué le hice a mis pulmones, o si tengo la carne herida o por qué me dejé engordar para la cena. No te sientes en mi cuerpo ni me abraces ni me lullas. Tenés manos de venas y venas de planta. No me cures. No me calmes. No me describas lo que estoy ignorando ni me autorretrates. No me pienses cuando te sobra tiempo ni cuando te sobra apatía. No te sientas triste por mí ni estés feliz por mí ni te exites conmigo. No te acuerdes de cómo era y no me pongas a llorar. No nombres mi ombligo a escondidas ni por megáfono. No me dejes vomitarte. Dejame. No me alimentes, no me cries, no me cuides. No me digas el clima, no me digas silencios, no me digas callate. No te calles. No te caigas. No me mires en el espejo ni te decepciones de mí, no me dejes pasar ni pesar y no toques la puerta de mi casa. No vengas a mí con mi voz de platos rotos. Dejame caer.
Que me tapo la boca para ver si puedo no vomitar ni besar esta vez y no me sale y se me salen las vísceras y se me quedan las palabras viscerales. Mamá me digo y acuno algunos gusanos y algunas angustias que no tendría que alimentar pero. Les doy lecho y leche chocolatada y no tendría que abrazarlos pero. Me dejo comer los ojos y les leo un cuento sin voz que se termina donde se me termina la garganta (más o menos a la altura del ombligo) y donde me empieza un grito que es remedio e irremediable. Que ser está cada vez más caro y que uno está cada vez más podrido de (por) todo. El grito se me pega a la cara como chicle o como manos y las palabras en la nariz duelen más que en las entrañas. Yo tengo ganas de llorar bien y a los gritos y de decirte que adopté unos gusanos y unas angustias, que viven en mi panza y me hacen obesa y raquítica, que les cocino arroz con leche y que la leche está cortada. Y que no quiero figurarme más cosa sin figura también. Y también que quiero desvestirte. Pero no. No porque las palabras me tapan los lagrimales. Y no porque te empapé las sábanas demasiadas veces. Así que me tapo la boca para ver si esta vez logro hacer silencio y decirte mi cuerpo sin nombre ni figura. Y que me abraces un poquito para decirme vos hija de nadie y madre de todos: estás equivocada.