martes, octubre 1

Baldosa

Paseamos por ahí, porque algo hay que hacer
que no nos de náusea.

Porque hay sol y porque no hay alternativa,
cruzamos calles con baldosas revoleadas con cubilete
Y estudiamos los estratos geológicos
1ue fueron dejando las gestiones
desde De la Rúa hasta Larreta que es lo que conocemos,
y más atrás lo que nos contaron,
y más atrás lo que nos imaginamos, 
porque Argentina nunca hace películas de época.


Analizamos las filas de baldosas
con desapego,
como si la historia fueran solo diseños de baldosa:
Las beige a rayitas, las grises a cuadros,
las que tienen pedacitos de otras piedras dentro.
Discutimos sobre las baldosas de otras ciudades
y por primera vez me doy cuenta
que nunca les presté atención.
¿Acaso se puede decir que uno viajó
si no conoce las baldosas extranjeras?

Teorizamos
sobre las razones para andar cambiando
las baldosas compulsivamente
para hacer borrón y cuenta nueva
y que no haya huella
en el sentido más aburrido del término.


Tratamos de entender, ¿por qué hay que hacer algo?
¿Por qué hay sol y por qué no hay alternativa?
¿Por qué hay gente amable como lavarse la cara con agua tibia,
y gente que busca pleito sólo para decir la palabra pleito?
Y tratamos de hacer lo posible por ser una caricia
pero con la presencia de una piña,
de ser suaves como una brisa
pero con la contundencia de un tsunami,
porque no queremos que el mundo se termine
y no haber dejado huella
en el sentido más divertido del término.


Pero al mismo tiempo
qué manija ¿no?
de dejar de pretender que la historia sea algo
y verse a una misma como diseños de baldosas


revoleadas con cubilete sobre la propia topografía.

1 comentario:

Claroscuro dijo...

"La saga

Mi padre camina con las perras mientras mis dos hermanos pescan al borde del río de la ciudad donde nacimos. Es otoño. Las boyas se sumergen apenas tocan la piel del agua y las tanzas hacen un arabesco nervioso, transparente, como un trazo de sal. No hay más ruido que el torrente calmo, ni más tiempo que el cielo. Me siento seca y limpia como un pedazo de tela al sol. Mi hermano menor devuelve un pejerrey al agua. Dice: «Demasiado chico». Mi otro hermano dice: «Ahá». Regresamos a la ciudad cuando cae la noche. Ellos limpian los pescados, cocinan. Yo siento un cansancio tierno, como si hubiera pasado el día galopando. Por la mañana despierto en la cama de mi infancia. En el patio de la casa de mi abuela, contigua a la casa donde me crie, Diego, el hombre con quien vivo, toma fotos: de la higuera, de la galería, del galpón donde mi abuela lavaba la ropa, del antiguo gallinero. Por la tarde, regresamos a Buenos Aires. Después, el tiempo pasa. Una noche de invierno miramos juntos las fotos que él tomó aquel día, hace ya meses. Le pido que se detenga en una: es el antiguo botiquín de madera del baño de mi abuela. Alguien lo clavó en la galería. Ya no tiene puerta ni espejo y entonces, a través de su esqueleto, se ve la pared, al fondo, cubierta de suciedad y telarañas. Digo: «Qué lindo». Pero Diego señala la pared, al fondo, y dice: «Ahí hay una cara». Y, en efecto, ahí hay una cara. Dice: «Es la cara de tu abuela». Y, en efecto, es la cara de mi abuela. Mi abuela caminaba mirando al cielo, levantando los brazos y agradeciendo a Dios por las naranjas y por los limones, por los nietos y por las mariposas, por las abejas y por los nidos. Diego repite «Es tu abuela. Y ella se miraba en el espejo de este botiquín». Y aunque sé que es sólo una conjunción de tiempo, suciedad y telarañas digo, muy despacio: «Sí, es mi abuela». Porque todo lo que pasó se ha ido. Pero lo que queda es mucho."

Leila Guerriero, Teoría de la graved.., si bueno, es la última que te copypasteo, leete el libro (de nuevo, si yalo).