En la tumba de todo lo que supe bien-enterrar
crecieron plantas primitivas
que miran con vergüenza ajena
a los que vienen a llorar.
El epitafio dice
”nunca supo que estaba tomando decisiones”
y aunque suena a excusa
es el peor insulto que se me ocurrió ese día.
Todos los vecinos y parientes en tercer grado
miran el resultado de la batalla con tristeza heróica
aguantando la lágrima en primerísimo primer plano.
Los habitués no pronunciamos palabra
por compasión
y nos hacemos los extras
con todo el cuerpo fuera de foco.
En la tumba de todo lo que supe mal-enterrar
se agolpan los mamíferos en repudio al cementerio
gritan a garganta pelada con las caras violentas
y los labios hinchados
babeados
retorcidos de dolor
golpeándose el pecho
por mi culpa
por mi culpa
por mi grandísima culpa.
El epitafio dice la verdad
o algo que se le parece:
”Hay casas que son tumbas
y tumbas
que deberían ser casas.”